Sin embargo, se puede interpretar como una lección de humildad que nos lleva a entender que la aceptación de lo que somos es la base para conseguir una buena adaptación a nuestro entorno; hay veces que sólo percibimos lo positivo de los otros, pero no vemos la parte mala, y pasamos por encima de nuestras propias bondades.
¿Qué tiene que ver con la Psicología Deportiva? Cualquier campeón os hablará de la humildad; anabolizantes o cualquier tipo de doping actúa en nuestra psique como cualquier droga; ayuda a la aceptación personal, etc...
Aquí os dejo un cuento que he desarrollado a partir de aquella fábula, un poco más elaborado y contextualizado. No he sacado ningún tipo de copyright puesto que no lo he escrito para lucrarme con ello, por lo que si os apetece difundirlo lo podéis hacer libremente (eso sí, agradecería que citarais la fuente).
He aquí una lección de humildad:
En la lejana India vivió una vez una
rata, una rata común, cuya vida no era muy diferente de la que pueda
tener cualquier animal de su especie en otra parte del mundo. Vivía
en las alcantarillas, hurgaba en las basuras y huía de los gatos;
esto último era lo que más indignaba e incomodaba al roedor,
siempre su vida pendiendo de un hilo y de su habilidad para zafarse
de los felinos y de su obsesión de acabar con ella.
Una de esas noches en que la luna ocupa
gran parte del cielo de Rishikesh,
la rata estaba intentando acceder a unos restos de comida, al parecer
bastante frescos, que habían sido arrojados dentro de un bidón
metálico bastante oxidado. Atareada en su labor, no se percató de
que un gran gato negro estaba controlando sus movimientos y adoptando
la postura de ataque, siguiendo con su mirada la cola y el rojo
reflejo de sus ojos mientras intentaba apropiarse de aquel manjar que
suponía su cena. El gato, en un intento de adoptar la postura
infalible de ataque, adelantó una de sus patas para posarla sobre el
bidón, sin calcular que
el roce de sus uñas con el metal produciría un leve chirrido; esto
alertó a la rata que, por un momento, detuvo su labor de acopio
girando la cabeza, con las orejas erguidas, hacia la fuente del
sonido. Inmediatamente identificó la amenaza y
justo en el momento en que el gato empezaba a ejecutar el salto, con
un hábil movimiento salió del bidón, incluso apoyando sus patas
traseras sobre el mismo felino que acabó semienterrado en la basura;
la indignación de éste fue tal que salió disparado a la caza de la
rata. La persecución entre las oscuras y estrechas calles no daba
ganador a ninguno de los dos animales hasta que, en el momento más
crítico de la carrera, cuando el gato estaba a punto de alcanzar a
la rata, ésta vio una vieja puerta crujida por abajo que significó
la diferencia entre la vida y la muerte.
Durante
unos minutos y en la seguridad de aquel viejo edificio recuperó la
respiración al
tiempo que aprovechaba para acicalarse el hocico, pegajoso del
pringue de los
restos de basura, sin prestar demasiada atención a su alrededor. Un
extraño brillo, que reflejaba los rayos de la luna llena, llamó su
atención hacia una habitación contigua a donde se encontraba. Sin
temor alguno se acercó hacia aquella fuente de luminosidad para
saciar su curiosidad; una enorme estatua dorada de Buda presidía e
iluminaba aquel entorno. Sentada sobre sus patas traseras se quedó
observando aquella
imponente figura desde su base, un ser humano, el que todo lo
dominaba.
Entonces,
una voz, proveniente de la estatua se dirigió a la rata:
-
¿Qué deseas de mí?
La
primera reacción del animal fue un enorme susto que activó su
sistema de huida, pero finalmente se quedó quieta en el mismo sitio.
-
¿Me hablas a mí? - dijo incrédula.
-
Hacía muchos años que nadie me visitaba y en agradecimiento a tu
presencia te concedo el deseo que quieras.
-
¿Lo que quiera? - preguntó la rata.
-
¡Sí! Tal cual oyes.
Estuvo
pensando durante un rato, inmóvil
como la estatua que tenía ante sí.
-
Me gustaría convertirme en gato para que al fin dejaran de
perseguirme.
-
¿Esta es tu voluntad? - Surgió la voz desde el Buda.
-
¡Sí! Estoy segura de ello.
-
Que te sea concedido – dijo la voz.
En
ese mismo instante, la rata se transformó en un hermoso gato
atigrado, de buen tamaño y fortaleza. La euforia se apoderó de la
rata, ahora gato, y agradeció mil veces el favor a la estatua de
Buda. Su primera intención fue salir a la calle y devolver su
merecido al gato que la acababa de perseguir.
Y
así lo hizo, salió en busca del gato para ajustar cuentas con él.
Se sintió poderoso cuando en su camino se cruzó otra rata y salió
despavorida al verle.
Tras
una esquina se topó a su objetivo, distraído lamiéndose la pezuña
junto al bidón donde minutos antes se habían enzarzado en la
persecución.
El
rata-gato era bastante más corpulento que su rival, que al
percatarse de su presencia se incorporó en una postura defensiva,
dispuesto a huir si la situación lo requería. Pero no reaccionó a
tiempo, y se llevó dos zarpazos que le abrieron una herida en uno de
sus muslos. Comenzaron una carrera de obstáculos hasta que el
rata-gato se dio por satisfecho con la reprimenda que propinó a su
antiguo agresor.
Desde
aquel momento sintió la satisfacción de pasearse por las
callejuelas de Rishikesh sin temor alguno a encontrarse con un gato.
Pero
su pelo se erizó cuando, con su despiste del disfrute, se topó con
un gran perro callejero, que al verle levantó sus orejas y extendió
su rabo. El rata-gato vio que aquella presencia era peligrosa y,
antes de que aquel enorme perro iniciara su carrera, dio un giro
prodigioso y extendiendo sus patas para conseguir la máxima amplitud
de zancada giró una esquina y dio al perro por eludido; pero el
olfato canino lo volvió a plantar ante sí, a mucha menor distancia
de la que hubiera deseado. El rata-gato emitió un desagradable grito
de pavor e intentó huir de nuevo, pero se halaba en un callejón sin
salida. El perro, mostrando sus colmillos se iba acercando paso a
paso, esperando que el gato emprendiera una nueva huida para poder
hincar sus caninos en el pescuezo del felino. A poco más de un metro
de su verdugo, el rata-gato realizó un rapidísimo zig-zag y
emprendió una escalada por una pared desconchada hasta que se halló
temporalmente a salvo en una estrecha repisa. El perro se sentó a
esperar, con la tranquilidad de que su víctima no tenía más salida
que volver a ponerse a su alcance. Pero el rata-gato se percató que
a la altura donde se encontraba había una vieja ventana que tenía
un cristal roto por donde posiblemente podría pasar. Al moverse el
perro se incorporó, con las orejas levantadas y lo siguió con la
vista. Pero el gato no tuvo problema para entrar en aquel edificio
por el cristal roto.
Cual
fue su sorpresa al darse cuenta de que volvía a estar tras la
estatua dorada de Buda, ni hecho aposta. Bajó por donde pudo y se
situó ante aquella imagen.
-
¿Otra vez tú? - Sonó desde su interior.
-
Pues sí, ya ves, me acabo de llevar otro susto – contestó el
rata-gato.
-
¿No estás conforme con tu nuevo aspecto?
-
A ver, no es que quiera abusar, pero...¿Sería posible convertirme
en perro?
Hubo
unos segundos de silencio.
-
Está bien, pero debes elegir bien lo que deseas.
-
Estoy seguro de ello, ¡Quiero ser perro!
Casi
inmediatamente su aspecto cambió y se convirtió en un hermoso perro
con aspecto de lobo. El rata-gato-perro se sentía fuerte y poderoso,
con ganas de mostrar al mundo su esbelta y agresiva figura. Dio las
gracias al Buda y buscó una salida que no existía, puesto que ya no
podía trepar por las paredes. Había una antiquísima puesta de
tablas carcomidas que estaba bloqueada por un pestillo metálico. Se
incorporó y empezó a rascar con las patas delanteras hasta que, por
casualidad, el pestillo se desencajó de su agujero y la puerta quedó
entreabierta. Empezó metiendo el hocico y, aunque la puerta rozaba
en el suelo y no se podía abrir del todo, logró deslizar su cuerpo
por el espacio que se había logrado abrir.
Ya
en la calle se dedicó a deambular por la ciudad, disfrutando de ver
que gatos y otros perros se apartaban de su camino temerosos de
levantar la ira de aquel hermoso animal.
En
su caminar sin dirección fue alejándose del centro de la ciudad y
descubrió lo que no conocía hasta aquel momento: la jungla. Había
mucha vida en los árboles, el aire era fresco y limpio, sentía
placer de notar la hierba bajo sus patas. Era feliz, ya había
encontrado el estado perfecto y quería disfrutar de él el resto de
su vida.
Pero,
automáticamente, su rabo se encajó entre sus piernas la toparse con
un enorme animal del que sólo había oído hablar y que, hasta
entonces pensaba que era un mito: un gran tigre estaba despedazando
una especie de gacela o animal parecido, con sus fauces rojas de la
sangre de su víctima. El rata-gato-perro intentó que aquella bestia
no se percatara de su presencia y al dar la vuelta para coger el
camino por donde había venido una rama crujió bajo las almohadillas
de sus pies. El gran tigre giró su cabeza y sus miradas se toparon;
éste emitió un rugido de dominio que atravesó la jungla e hizo que
el perro no pudiera contener su pipí del gran susto que llevaba
encima. - ¡Corre! – se dijo a sí mismo, - ¡Corre todo lo que
puedas!
Aullando
del susto y sin saber hacia dónde se dirigía, no calculó y realizó
un círculo perfecto hasta que se volvió a encontrar cara a cara con
el tigre, pero esta vez a pocos centímetros. Aunque estaba agotado
de la carrera anterior, volvió a reaccionar justo a tiempo, pero
esta vez se llevó un zarpazo en sus partes traseras que le provocó
una profunda herida. El tigre le persiguió durante unos minutos,
pero cejó en su empeño para volver a saborear la pieza que había
cazado.
El
rata-gato-perro deambuló durante horas perdido en la jungla,
tiritando de miedo y hambre. No sabía dónde estaba ni cómo salir
de allí. Oscureció y su malestar aumentó incrementado por el dolor
de la herida sufrida. De vez en cuando se sobresaltaba al oír a lo
lejos un rugido del tigre, y el temor de que se lo volviera a topar
le angustiaba como nunca se había sentido. La noche es muy profunda
en la jungla y un perro no tiene la facilidad de visión nocturna que
una rata o un gato. Como pudo se tumbó a descansar en una piedra
bastante plana que encontró por casualidad. Intentó no dormirse,
pero el cansancio pudo con él.
De
repente, un nuevo rugido del tigre le despertó, con un gran susto
que reactivó su temblor y el dolor de su herida. Empezaba a
amanecer, pero la espesa niebla que se había asentado en la jungla
hacía casi imposible ver más allá de dos metros.
Otro
gran sobresalto se apoderó de él al oír:
-
¿Otra vez tú?
-
Se giró hacia el origen de la voz y se dio cuenta que había dormido
sobre la base de una estatua de Buda oculta por la vegetación. La
voz prosiguió:
-
¿No estás conforme con tu nuevo aspecto?
El
rata-gato-perro sintió alivio al escuchar aquella voz conocida. Por
fin habló para contestar a la estatua:
-
La verdad es que siempre había pensado que un perro era el animal
más poderoso que existía, pero ahora, que he sabido lo que es un
tigre, la verdad es que me gustaría tener el aspecto de un animal
así. ¿Sería posible que me convirtieras en un tigre?
-
Nunca tienes suficiente, ¿Verdad? - dijo la voz. - De acuerdo, te
convertiré en un poderoso tigre, a ver si al fin encuentras tu
situación ideal aquí en la tierra.
Y
así fue, ahora era un rata-gato-perro-tigre.
Ahora
ya no había nada por encima de él, era el animal más poderoso del
mundo y no tenía miedo a nadie. Pero iba equivocado.
Aún
no había podido disfrutar realmente de su nuevo estado cuando oyó
unos sonidos que le resultaban familiares. Eran varios y parecía que
estaban chillando como si se disputaran algo. Movido por su
curiosidad y su seguridad de ser tigre, se acercó para ver. Mientras
andaba cautelosamente, puesto que siempre guardaba algo de prudencia
aprendida de sus estados anteriores, oyó un trueno muy potente
atravesando la jungla que le provocó tal susto que cambió de
dirección y corrió sin saber ni porqué ni hacia dónde. Otro
trueno alcanzó sus oídos, tras el cual, los chillidos se hicieron
mucho más efusivos. Desorientado y recordándose a sí mismo que era
un tigre y no debía temer a nada, paró para buscar la vegetación
que mejor le camuflara e investigar qué estaba pasando. Poco a poco,
el silencio iba retornando a la jungla y los sonidos que habían
desencadenado todo aquello se fueron apagando, tan solo se oían una
especie de susurros. Ya más tranquilo empezó a andar hacia la
fuente del sonido con la máxima cautela y olfateando para recibir
información de su entorno. Y así fue, un olor conocido le devolvió
el miedo de su condición: seres humanos. Siempre, desde que era una
rata, había sido esquivo con los hombres, los desconocía en el cara
a cara, aunque sí recordaba los sabrosos restos de comida que solían
tirar a la basura. Cogió un buen sitio para observar sin ser visto.
El alma se le vino a los pies cuando vio un grupo de ocho o nueve
hombres que acababan de matar al tigre que la noche anterior había
estado a punto de acabar con su vida. ¡No podía ser! El animal más
poderoso del mundo estaba ahora sin vida, colgado por las zarpas de
una larga vara de madera que dos de aquellos hombres llevaban sobre
sus hombros.
El
rata-gato-perro-tigre lloró por primera vez; ya había perdido la
seguridad que horas antes le había concedido la estatua de Buda.
Caminó
con la cabeza baja dibujando una marcada tristeza en su rostro.
-
Debo ir a ver al Buda una vez más – se repetía incesantemente. -
Debo ir a ver al Buda.
Y
así fue, llegó hasta la estatua semiescondida en la jungla y se
tumbó frente a ella.
-
Y ahora, ¿Qué te pasa? - Pronunció la voz desde dentro de la
imagen dorada.
-
El tigre no es el animal más poderoso del mundo. El ser humano mata
tigres – dijo esto y calló.
-
¿Acaso ahora quieres que te convierta en humano? - Preguntó la
estatua.
-
¿Es posible?
-
Es tu última oportunidad, tú eliges.
-
No quiero vivir con esta angustia, quiero no tener que temer a nada y
menos acabar como el tigre que me atacó anoche.
-
!Piénsatelo bien! - Le aconsejó la estatua.
-
Lo tengo claro. El hombre es el ser más fuerte y poderoso que hay
sobre la tierra, incluso más poderoso que el tigre.
-
Si es tu decisión te lo otorgaré pero, repito, es la última.
-
¡Sí! Conviérteme en humano.
Inmediatamente
adquirió la presencia de un esbelto y hermoso hombre, con una
cualidades físicas y estéticas rozando la perfección. El
rata-gato-perro-tigre-hombre se gustó, se gustó mucho y, desde
aquel momento, decidió vivir la vida de hombre, saborear sus
comidas, amar a sus mujeres, realizar sus creaciones, adorar a sus
dioses, imponerse al resto de criaturas existentes. Ahora sí había
alcanzado la máxima de sus aspiraciones y se sintió feliz de que,
un día, una adorable estatua de Buda le concedió el más anhelado
de sus deseos.
Pero
una noche, tiempo después, volvía de la casa de una de sus amantes,
en una clara noche de luna, y se dirigía su hogar cuando, al pasar
cerca de un bidón oxidado de metal oyó un extraño ruido, apenas
imperceptible, pero que le llamó mucho la atención. Al asomarse al
interior, un profundo escalofrío recorrió su cuerpo a ver dos ojos
rojos que le miraban fijamente.
-
¡Una rata! - Exclamó chillando. - ¡Una rata enorme! - chilló
desesperado mientras arrancaba a correr.
Aquella
rata, sorprendida, salió del bidón y corrió tras él, por simple
curiosidad. Cuando el rata-gato-perro-tigre-hombre vio que aquel
animal le perseguía sintió el pánico más grande que nunca había
experimentado en su vida. Había perdido la razón por culpa del
miedo. No encontraba refugio para zafarse de aquel animal, que ya
hacía unos metros que no le perseguía, pero la ceguera del miedo no
le permitió percatarse de ello. En su desespero vio una vieja puerta
de tablas de madera entreabierta y, de un fuerte empujón, logró
que se abriera suficientemente como para entrar en aquel edificio.
Temblando
y con la boca seca, rezaba a Buda para que aquella rata no le
descubriera, cuando una voz le sobresaltó:
-
¿De quién son estos rezos que oigo?
Allí
estaba, la estatua de Buda que le transformó por primera vez.
-
¡Ah! - Exclamó la estatua, - ¡Eres tú! Y ahora ¿Qué vienes a
buscar? Ya te avisé que no tenías más oportunidades.
El
rata-gato-perro-tigre-hombre no tenía palabras. La estatua
prosiguió.
-
¿De quién huyes? ¿De ti mismo?
-
Una enorme rata me perseguía – balbuceó el hombre.
-
¿Una rata?
El
hombre se quedó callado y pensativo. Se hizo un profundo silencio.
Entonces lloró, lloró desconsoladamente, intentando hablar, pero a
penas se le entendía.
-
¿Por qué? ¿Por qué no me pude conformar con lo que era? Nunca
tuve suficiente. La ambición y la codicia me hicieron olvidar quién
era. ¡Más, más y más! De cada vez quería más. Yo nací para ser
rata y es lo que de verdad sé ser. Aunque tenga que huir de los
gatos y comer en los bidones de basura y vivir por las noches para no
ser visto y que huyan por tu repugnancia. Lo tenía todo y no me
bastó. Y ahora estoy en el lugar más alejado de lo que yo soy.
La
estatua callaba.
-
¿No me vas a decir nada? - Gritó mirando a los ojos de las estatua.
-
No hay nada que decir, hicimos un pacto y yo lo cumplí. Ahora no
tienes otra opción más que ser humano. Podrás matar tigres, que
hieren a los perros, que atacan a los gatos, que persiguen a las
ratas. Pero lo que tú eras queda atrás porque renunciaste a ello;
es el precio que debes pagar por tu codicia.
-
¡Perdona Buda! – el rata-gato-perro-tigre-hombre tenía algo que
ninguna de las anteriores encarnaciones disponía: la inteligencia.
-
Dime – contestó la estatua.
-
Como ser humano debo responder a mi condición, y una parte de ésta
es la gratitud, la humildad, la sinceridad y el honor.
-
Exacto, veo que te has adaptado muy bien a ser hombre.
-
Gracias – respondió él;- Pues escucha bien lo que te voy a decir.
Se
hizo silencio.
-
Te agradezco que tu poderosa existencia se fijara en una rata como
yo, que no era más que eso, una simple rata perseguida por un gato.
Te apiadaste de mí y me concediste un deseo que consideré
importante; uno tras otro fuiste satisfaciendo mi gran codicia, la
sed por ser el más poderoso de la tierra y no tener enemigos. Viví
sintiéndome muy fuerte, pero al rato huyendo de una nueva amenaza.
Llegué hasta lo que soy ahora; pero esto me ayudó a reconocer que,
aunque seas el animal más pequeño del mundo, tus problemas no son
más grandes que los del mayor animal del mundo, ni realmente
diferentes. Pero cuando eres algo, sabes ser aquel algo, y lo mejor
es admitirlo y vivir lo mejor posible con ello. He fallado, lo
admito; pero también he aprendido a valorar lo que eres, y no pensar
que tus problemas son más grandes que los de cualquier otro.
La
estatua no emitía ningún sonido.
-
Por todo ello, te pido que me devuelvas a lo que era, te devuelvo lo
que me otorgaste.
-
Pero ya te dije que no tendrías otra oportunidad – dijo la
estatua.
-
¡No! No te estoy pidiendo otra oportunidad, te estoy devolviendo lo
que me diste. Es una cuestión de honor: “Si alguien te da algo que
no necesitas, devuélveselo”.
-
Eres muy listo – era la primera vez que la estatua emitía un tono
de sorpresa en sus palabras.- Está bien, dado que me has atrapado
con tu ingenio, no puedo decirte que no. Devuélveme lo que te dí si
ya no lo necesitas y retorna a tu estado natural. Pero no olvides
nunca esta lección. Eres lo que eres y así es como sabes ser.
Inmediatamente,
aquel hombre se convirtió en rata de nuevo, tal como la primera vez
que ambos, el animal y la estatua se encontraron.
-
¡Gracias! - Exclamó la rata-gato-perro-tigre-hombre-rata. - Te
aseguro que he aprendido la lección y que, a partir de ahora, te
adoraré como hacen los humanos.
-
Vete y no vuelvas más por aquí, puesto que si lo haces, te aseguro
que te convertiré en un gusano que se alimenta de las heces de otros
animales.
-
Te prometo que no volverás a saber de mí, pero te quiero agradecer
de nuevo haberme enseñado a valorar lo que tengo y ser lo que soy.
Tras
decir estas palabras, la rata se dirigió hacia una vieja puerta
medio entreabierta por donde se colaban los tenues rayos de la luz
lunar; echó un vistazo hacia atrás para ver por última vez la
estatua de Buda y salió al exterior. Y allí estaba, el gato negro,
como si la esperara, como si no hubiera pasado tiempo desde que por
primera vez entró en aquel edificio. Y sí, ciertamente el gato
tenía señales de haber sido herido en una de sus ancas.
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